domingo, 11 de mayo de 2008

28 de octubre. 1706 muertos

Lisboa, 1596.

Llevo dos días escondido bajo la tercera cubierta. Las gruesas maromas que mueven la caña situada en el piso de arriba me dan cobijo. El hatillo que me servía de despensa mengua rápidamente. Como yo. Tengo espacio para moverme y para escuchar. Por encima de la caña está el camarote de los capitanes. Enfrente del almacén que ocupo se haya el pañol del condestable, que se ha pasado el día gritando a sus artilleros. No he pensado que pasará cuando me descubran. Estoy sólo. Estos días por la ciudad no se hablaba de otra cosa que de recuperar el oro que nos roba Inglaterra. Tengo mis dudas. Había pensado en unirme a las tropas que van a luchar. No tenía nada que perder. No me han querido enrolar por ser tuerto. La vida me ha traído peores infortunios que esta falta.


Desde los portillos de popa puedo ver las otras naves que se fondean en la rada: La Santiago, La San Pedro, Sansón, Jonas, Morión... Oigo hablar. Desde Sevilla han llegado muchas naves y pasado Finisterre se unirán muchas más.
Desde primera hora de la mañana han comenzado a embarcar todo tipo de pertrechos y armas. Han sonado el pífano y los tambores. Nos vamos!. Nuestra nave partió en solitario hacia el norte. Me preguntaba que, si ibamos a entrar en combate, seríamos los primeros en llegar y tambien en caer.
Desde arriba no dejaban de oirse gritos que se repetían como un eco de popa a proa y los gemidos de las planchas de haya pisoteadas por las botas de marineros, arcabuceros y mosqueteros que llenaban el barco. Dormía apoyado en la cureña de las piezas de artillería de popa y me arropaba con las gruesas maromas de la estancia. Me entretenía con las leyendas de los cañones que había en la camara: "Gregorio Lope, Malaga". Aquello pesaba al menos 60 quintales. 17 diámetros de largo. Ya había sentido el trueno de los cañones en Sanlúcar. La figura de mi padre iluminó mi cabeza y recordé las veces que me explicaba los secretos que albergaban los grandes barcos de la Flota de Indias.
El continuo chirrido de la mesana y el trabajo de la jarcia no me dejaba dormir. O eso o el hambre. Pasé el primer día de navegación escondido y me aventuré, llegada la noche, a buscar manduca. Tras la puerta aparecía el pañol del condestable. Subí por la escala de popa a la segunda cubierta, pasé por delante de la puerta del gabinete del capitán mientras sentía en la cara el frío de la noche. Apenas soplaba. Sorteé sin dificultad los hombres de guardia gracias a los enormes fardos de cubierta. En un par de ocasiones tropezé con los cuerpos dormidos de los artilleros que yacían a la intemperie según costumbre. Mi olfato me guió hasta la comida. Llené el hatillo de fruta y el pellejo de vino.

Un escalofrío recorrió mi nuca, y una mano como un cepo aferró mi cabeza. Contaba con que pasaría, pero no tan pronto.Tras risas y empujones me llevaron ante el capitán de guardia que se limitó a observar como los marineros descargaban unas cuantas patadas sobre mi espalda y cara. No recuerdo que dijó. No me importó. Me dormí, creo. Por la mañana me despertó el frío del agua del mar. Baldeaban la cubierta y los que había sobre ella. El capitán fué informado con el primer parte y decidió enrolarme tras sacarme, públicamente, parte de la piel a golpe de látigo. Pasé a ser el responsable de el beque. Esta era una estancia localizada en la sentina del castillo de proa. La letrina de la marinería. Normalmente las necesidades se satisfacian por la borda o colgados de los "jardines de la reina". El antiguo responsable del cargo se alegró de mi incorporación más que nadie. Yo en el fondo también. Seguía vivo y tenía un trabajo. El marinero del látigo era a la vez el ayudante del cirujano. Se llamaba Joao. El se ocupó de mi espalda, mi cara... El trabajo en el beque era continuo. Me permitieron dormir en el cuarto que me sirvió de escondite. Así pasé el primer día como "marinero". Contemplaba admirado el galeón que me enroló. Los ingleses huirían depavoridos al ver el artillado, pensaba. 55 cañones en total. 4 cañones de 35 y 30 libras, medios cañones de 18, culebrinas, y 10 sacres de 10 libras. En la primera cubierta alcanzaba a contar 26 piezas, de pequeño calibre 6 de ellas, y 24 en la segunda, las más pesadas. 6 piezas de ánima abierta se situaban en los altos de la falconera de popa y cuatro por banda en castillo de proa. Montaba cañones en popa a ambos lados del timón sobre la tercera cubierta, amén de mosquetes y arcabuces para las tropas de a pié. Las labores de cubierta y jarcia se la repartían a partes iguales los marineros y soldados


continuará

3 comentarios:

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

¡¡¡Me gusta!!!
Muy buen relato Sr. Nel.

Anónimo dijo...

Me gustan las ilustraciones en el relato, seguro que hay mas de uno esperando la continuacion