sábado, 24 de enero de 2009

Sigo en el dique seco.

El martes hable con Fer. Quedamos en avisarnos si había cena. Antes de marchar, me advirtió del temporal que visitaría la costa ese viernes. Prudencia.
El jueves me confirmó la predicción del día anterior. Los colegios mandaron avisos de cierre, la flota se guareció en puerto y los más precavidos llevaron a tierra sus lanchas. Manolo dejó su lancha donde estaba y Genucho revisó los amarres del "viento y calma". Aquella noche no durmió.
Oscurecía el viernes cuando salí de casa. En el tramo hasta Vimianzo las cosas fueron de mal en peor. El viento empujaba ahora de cola, ahora de frente, ahora de lado, haciendo que la dirección del coche se estremeciera a cada metro. Ramas rotas, plásticos volando y la lluvia, impertinente y emboscada en la noche, rasgaban la suave melancolía de Carlos Cano. El vehículo todavía gastaba un radio-casette Pioneer de hace 9 años, para el que todavía disponía de una espléndida reserva de cintas. Me negé a cambiar de aparato por el mismo motivo que quise quedarme el coche de Papá. Era su coche, su radio y sus cintas. Sentía su presencia cuando manipulaba la radio mientras me decía: " Neliño, cuando te cortarás el pelo?". En la boda de mi hermano mayor cumplí su deseo. Cuando Papá se fue, todos nos fuimos un poquito con él. En todos quedó gran parte de él.
Sardiñeiro. Aquella noche oscura, lo era más que otras. Apenas podía distinguir las casas y los portales mientras lo atravesaba. En el límite de la aldea me percaté. No había luz. Miré al cielo y descubrí jirones de estrellas entre siluetas negras. Me apresuré lo que el viento me permitía para llegar al alto de Talón. Giré describiendo una maniobra prohibida sin que ningún coche me lo impidiera. ¿Aparqué?. Me asomé al balcón del mirador y descubrí una flota de mercantes al abrigo de la ensenada que forma el cabo. Encendidos como arboles de Navidad, se movían lentamente para compensar la deriva y el abatimiento. "doscientos metros el más grande". Miré al cielo y descubrí un claro salpicado por infinidad de estrellas formando un manto largo y lejano que sólo recordaba de los días de chaval cuando, a Forcarei, nos envíaban de campamento. Hermoso. Volví empujado por el viento a la cabina. El vendaval de Sur parecía querer conducir el Audi a su antojo, al igual que abajo en el gran azul, en la noche, manejaba enormes barcos. Deseé que alguno se hundiera, o varios, si fuera posible. Mi afición por los pecios crecía de forma enfermiza tras semanas de inactividad subacuática.

Las luces del coche mostraban paso a paso el destrozo que iba causando la noche. Vallas de obra tiradas, carros de basura que atravesaban la carretera, ramas que golpeaban el coche,... ninguna luz. Ningún signo de nada. La única luminaria del pueblo se exhibía en la fachada de la lonja por tener esta un generador propio. La lonja. ¡Qué buen día para que el viento se llevara aquella mole!.
Aparqué el coche en la plaza y miré hacia el bar. Dos siluetas levantaron los brazos. Me aproximé con la gorra calada y saludé a mis amigos. Estábamos a oscuras desde hacìa más de 2 horas. Eramos 10 a cenar y la mesa esperaba. El resto llegó poco a poco y tras resolver el problema de la iluminación con un generador de gasolina y la bombilla de 200 vatios, se sirvió el lacón. Hacía tiempo... buenísimo.
Daba gusto oirlos hablar tras una buena comida. Nada es tan grave ni tan importante. Parece que todo se puede solucionar con la siguiente taza de vino. Allí mismo. Pero el Paternina no hace milagros. Llegó el momento de hablar de Obama.
- eu non son racista. Non podo ser.

- pois eu si. Non podo cos negros, e ese Obama vainos meter no peor. Andábamos jodidos, pero con este, imos chega-lo fondo. Esperade e xa veredes.

- pois eu non, carallo. O que che pasa é que non viaxaches abondo. Si viaxaras non terías o aquel que tes contra os negros.

La luz volvió. Los neones se encendieron y el ruido de la television enmudeció a los presentes. La luz vibró y desapareció de nuevo.

- cando estibera embarcado na campaña de Sudafrica, nunha ocasión que estaba no camarote, oín ruidos na cuberta. Quedén como estaba. Sentín correr pola banda de babor, e como non me pareciu nada raro, seguín durmindo. Volvín a sentir batifondo e abrín os ollos. Nese momento cando mirei había unha negra no camarote espíndose xunto de min. Xa non dixe nada. Mirei pa ela, mirou pa min e cando me di de conta a tiña encima poñendo un lance como un cabalo. Eu tiña veintidous anos. Noviño. Outra vez sentín que gritaban fora, falando un non se qué dun negro que roubara. A min tanto me tiña que o que eu tiña encima miña era una negra, non un negro. Seguro que a negra era pa entreter. A min pareciome. Miña nai, o mellor lance da miña vida. ¡Entendes porqué non podo ser racista! .

(Verírico).

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es lo que tiene la campaña en sudafrica... Muy bueno....

Anónimo dijo...

muy entretenidas tus novelas Quin.