viernes, 1 de mayo de 2009

28 de octubre. 1706 muertos

Lisboa, 1596. (continúa...)
Llegó la noche y con ella el frío y la guardia. Navegàbamos a vista de tierra, describiendo leves y suaves giros para mejorar la fuerza del viento que rolaba de sur a sur-suroeste. Cortas rachas de fuerte sur en la empopada, hacían que esta ascendiera moviendo el sueño. Llovía. La segunda hora de guardia era la mía. Subí al castillo de popa y me apoyé sobre uno de los cañones situados en regala de la falconera. Miraba por estribor como las luces lejanas de los altos de la costa tintineaban queriendo desaparecer. La jarcia de la mesana trabajaba libre y cuando así el cabo para trincarlo, sentí un fuerte golpe y después frío, después sueño, después nada...


Oí gritos y me sentí asido por brazos y piernas. Me bajaron al sollado. Abrí los ojos para ver una cortina roja que velaba sombras que hablaban. Los fanales encendidos brillaban con luz naranja..creo. Me sujetaban mientras algo me mordía la testa. Desperté en mi estancia con el hatillo por almohada. A mi lado roncaba Joao. Velaba mi sueño. Me incorporé y pasé la mano por la frente. Un paño la envolvía. Sentí el repiqueteo de las tablas de cubierta y subí sujetándome la cabeza. Hacía frio. El movimiento era inusual para la madrugada. Joao salió tras de mí y por encima de mi hombro me explicó que la soldada había sido robada. Tuve miedo. Yo era responsable de la guardia del castillo de popa. En ese momento el capitán pasó a mi lado. Me ignoró. Eso ¿era bueno?. Llevaba tres días embarcado, dos chichones, la espalda marcada, y las costillas magulladas. Pensé que si el mar o el enemigo no me mataban lo haría la Armada de S.M.

Con el primer alimento del día comenzaron los rumores de espías, infiltrados y ladrones. Que si el condestable y sus artilleros, que los mosqueteros y los arcabuceros. Hubo peleas, rápidamente controladas por los oficiales de tropa. De una manera u otra iba a haber un responsable. Volví al trabajo del beque y no falto quién, en su esfuerzo, culpara al capitán del suceso.


El tiempo mejóró y el viento roló a oeste-noroeste. La lluvía y el viento se elejaban dando un respiro a la marinería y a la jarcía. Supimos aquella tarde que se habían robado mil y quinientos reales de plata. ¡toda una fortuna!.
El cirujano masticó un gesto de aprobación al retirarme el vendaje. Me había cosido la frente. -Tu cabeza recordará ese día cuando pierdas la memoria- dijo. Joao me miró de reojo haciendo una mueca burlona. Comentaba que sus manos realizaban prodigios.


Me encomendaron esa tarde, al servicio de los artilleros para limpiar o más bien mimar sus juguetes. Comenzaba a familiarizarme con la jerga y con los hombres del Condestable. Las piezas de retrocarga estaban expuestas, porque estando bajo cubierta, el humo que queda dentro ocupaba la vista a los que sirven. De manera que estas y los versos se situaban sobre las toldas de proa a popa, y las cerradas, que son de culata y echan humo por la boca, se situaban en las cubiertas inferiores. Mi padre me había dicho que sólo las naves en el mediterráneo tenían artillería en la crujía, pero no alcanzaba a ver la razón. Uno de los artilleros, un gallego de Cangas que le decían Lucas, y sólo un año más que yo, me contó que ya había servido en este barco y que su artillero de carga había muerto cuando un pedrero de 4 libras le atravesó de parte a parte, y aún medio muerto consiguió mover la cureña y ajustar una cuña bajo la culata mientras se sujetaba las tripas con una mano. No creo que se diera cuenta de mi desasosiego. Estaba a punto de vomitar. Me contó que las piezas de abajo iban montadas en cureñas de dos ruedas y que no hacía tanto tiempo las piezas tenían muñones lo que les facilitaba su trabajo porque de esta manera se puede elevar el tiro y fijar la altura colocando cuñas entre la culata y el fuste o manteniendo a mano la altura con la una rabera.
A mi me gustaban los falconetes. Tenían una elegancia de la que carecían el resto. Iban montadas sobre horquillas y permitían el movimiento vertical y horizontal. Mientras limpiábamos, alguien nos observaba apoyado en el palo de la mayor. Lucas me decía que era el funcionario real y pasaba más tiempo con la artillería que todos ellos juntos y no le perdía ojo ni en tierra ni a bordo y estaba a las órdenes de un funcionario titulado Mayordomo de la artillería de la Armada del Mar Océano. Alguno de aquellos cañones se habían usado en la defensa de ciudades y puertos. Anotaba hasta el último proyectil que entraba y salía del barco. Y me resultaba curioso ver que algunos eran piedras y no todas estas eran exactamente iguales. Algunos de hierro eran inmensos y podían atravesar un madero de roble de tres palmos. Las piedras eran más livianas pero más peligrosas porque al dispararlas y chocar, se rompían en miles de diminutos proyectiles que podían destrozar a cualquiera. Otros disparados de a dos y encadenados podían desarbolar un navío.

continuará.

dedicado- B.F.G.

3 comentarios:

Yago Abilleira Crespo dijo...

¡Vaya! No me di cuenta de que lo habías continuado. Está quedando muy interesante, con traidores y un tesoro de por medio...
¡Gracias Nel!

nel dijo...

Gracias Yago. Recibí visita en el blog de Ruzafa. Cojonudo su blog.

un saludo

Anónimo dijo...

A mi también me ha gustado. Hace falta traje de neopreno para bañarse en la ria este año

Bea