Aquella mañana después de arreglar un par de asuntos, llamé a Fer para ir a bucear. Era un plan ya trazado. Nos encontramos en la tienda y preparamos con rapidez los equipos. Despachaba gente con un Cressy seco de neopreno, mientras yo montaba el equipo de siempre. La Ixus 850IS y yo manteníamos una relación de amor-odio, desde hacía algunos meses. Mientras estuviera conmigo yo no miraría a otra, aunque, en silencio, deseaba a su hermana pequeña. La canon G9 era la respuesta a mis plegarias. Su oscura silueta y su poderoso ataque en las distancias cortas, me habían desarmado desde el día que la vi. Compensaba sus carencias, con la poco frecuente capacidad de abarcar el máximo con una mirada... Me había prometido no abandonar a mi compañera de tantas excursiones aunque su hermana entrara a formar parte de nuestras vidas y nuestros buceos. Ahora sólo faltaba el dinero para poder comprarla!!
En estas y otras, menos disparatadas, cosas pensaba cuando acabé de montar el equipo.
Salimos hacia el cabo. Con un Nordés que levantaba borreguillos desde hacía un par de horas, pasamos por Cabana y besamos la punta del Cabo entre los bajos donde yacían restos de barcos centenarios. Entramos en el pasillo que deja el Centolo por tierra y nos dirigimos a la gruta situada bajo el antiguo vertedero. Hace ya años que, por fortuna, y gracias al padre de Carrillo, no funciona como tal, pero todavía perduran los restos en el fondo del mar. Fondeamos a 5 brazas. El cabo del rezón se perdía de vista a los 4 metros. Mala visibilidad. Decidimos bajar y dirigirnos hacia el petón para buscar agua si no mejoraba. Más que corriente, percibíamos un reflujo desagradable para el aleteo que tratamos de compensar dejando al vaivén que trabajara por nosotros.
Los sargazos habían crecido con fuerza y sus tallos ya medían casi tres metros. Avanzamos entre ellos con relativa facilidad. La visión podría calificarse de buena llegando a los 7-8 metros. Nos dirigimos al Oeste ganado agua. La vida escaseaba, y así me lo hacía saber mi compañero con gestos. Al llegar al minutos 23, y con 13 grados, decidimos virar a Sur para regresar dando un pequeño rodeo. La rocas salpicadas por sargazos dieron paso a otro tipo de paisaje, con grandes bolos tapizados de algas rojas con forma de pompones. La vida empezó a fluir. Covas con grandes róbalos, sargos y doncellas. Agitando enérgicamente las manos, mi guía, hizo que me dirigiera a su encuentro. Reconocí el miedo en forma de escalofrío al verlo. La cabeza de un enorme congrio amenazaba fuera de su refugio. Las maniobras eran cuando menos complicadas en una zona de corriente y nada me impediría chocar contra él. Intenté con poca fortuna disparar desde donde estaba, pero la cámara se bloqueó. El roce del objetivo en zoom contra el cristal del puerto, obliga a reiniciar el artefacto. El bicho, a pesar del follón que intentaba no montar, observaba desde su agujero. Su tranquilidad se basa en un ridículo círculo de enemigos y amigos. En la angustiosa calma que estaba intentando mantener, Fer me hacía señas para que bajara al nivel de la culebra. No me contuve y le enseñe el dedo corazón de mi mano izquierda izquierda mientras flexionaba los otros cuatro. Me entendió. Se rió dejando escapar nubes de aire por las bigoteras. Sabía muy bien que ese gesto no entra en los manuales de buceo, pero es el que mejor resuelve una indicación poco sensata. Hay que añadir nuevas entradas en el lenguaje de signos a esto del buceo. Imprescindible y clarificador.
Me entretuve disparando sobre pequeños invertebrados a corta distancia. Los nudibranquios, camarones, centollas y algún que otro santiaguiño nos alegraron el regreso al cabo. Los sargazos disminuyeron en altura y aumentaron en densidad haciéndose penoso intentar navegar bajo ellos. El bosque de Endor. Decidimos entonces volver a la nave sobre sus copas. Ascendí tras mi compañero. Algo enganchó el equipo. Aleteé para liberarme. Lo intenté dos veces más sin resultado. Hice un par de giros bruscos sin conseguir resultados. Mis dedos intentaron recorrer los latiguillos sin conseguirlo. Mierda!!... no lo pensé. Fer estaba fuera de mi alcance y la chicharra-sub estaba encima de mi mesa de trabajo pendiente de reparación. Dejé que la cámara se hundiera suavemente con todo el aparataje que la acompaña. Envié al fondo la lámpara y liberé los cierres. Mordí con fuerza la boquilla del regulador. Me así con fuerza a una hombrera intentando no "aboyar". Todo el lastre estaba situado en el jacket. Flotaba cabeza abajo por culpa del traje seco y aunque no era la primera vez que me encontraba en esta situación si que era la primera vez que lo hacía fuera de la piscina, con un traje seco, sin lastre en la cintura y con mi compañero fuera de mi alcance. No sería un problema siempre que no me soltara del equipo. Extraje el cuchillo del manguito del hinchador. En la primera ojeada encontré un grueso sedal que enganchaba por el seno del anzuelo el latiguillo del octopus. Estaba encajado así que corté el nylon. Fernando estaba a mi lado mirando la jugada. Me preguntó con dos dedos de su mano derecha sin todo iba bien. Le respondí de igual manera. No habían pasado más de veinte o veinticinco segundos desde que noté el enganche. Bucear exige aplicar 2 tipos de respuestas : las respuestas automáticas que resuelven situaciones comprometidas y las meditadas que son las que hacen que sea posible tomar una cerveza y contarlo cada día. Hacía frío y el cabo estaba cerca. Basta de sorpresas por hoy.
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