En Nemiña comenzó la pequeña aventura de Agosto que nos llevaría hasta las Playas de San Vicente del Mar.
Llegamos cuando los surferos colgaban los trajes. Nos recibía Lola a pie de la casa de Fandiño. Mirábamos alrededor sorprendidos. Estábamos solos. Sin edificios, sin turistas, sin ruido. Sólo había Nada. El maíz, alto ya, llegaba hasta mar. Literalmente. Un pequeño paraiso.
Fuimos directos al Restaurante de Ana, o Saburil, y encargamos la cena. Tres adultos, y tres niños. Fuera , en la terraza, con la caída del sol, pedimos 2 cervezas y, con mi hermana compartí ese rato de paz. Los perros de la casa, hicieron que los pequeños disfrutaran tanto o más que los mayores. Cuanto tiempo hacía...
Esa noche, Fernando nos acompañaba y entre los tres dimos cuenta del arroz con bogavante. Pudimos con todo el puchero, porque en puchero se sirve, y si alguien espera una puesta en escena tipo mediterráneo, va jodido.. Esta presentación será algún día un clásico, pero por ahora es sólo "enxebre".
Después de una entretenida sobremesa, nos fuimos a la cama. Los niños se negaban a llegar al hotel sorprendidos por el oscuro paisaje y maravillados por el cielo estrellado.
Dormí profundamente. Como todos.
El amanecer me invitó disfrutar de un café en vacía terraza del bar de Ana, mientras el sol, perezoso, levantaba nieblas y temores.Y así, como tanto tiempo atrás solía hacer, recordaba lo feliz que fui.
La arena húmeda de la mañana se empeñaba en hacerme reir al pisarla. Como antaño. Los niños encontraron una vasta charca de marea que los entretuvo tanto como deseé. No tenía carcasa para la Lumix, pero las pozas eran una buena oportunidad para ponerla a prueba.
El día fue pasando. Sin tener que cumplir horarios, decidimos acercarnos a Finisterre, donde Fer había dispuesto una lancha para acercarnos a la isla Lobeira a bañarnos y comer. Buceamos en las limpias aguas de la ensenada y hasta la pequeña del grupo quiso probar las gafas de buceo. Mi niña. Mi amor.
Fue un buen día. Un gran día.
Un día para recordar durante mucho tiempo.
(continuará)
Fuimos directos al Restaurante de Ana, o Saburil, y encargamos la cena. Tres adultos, y tres niños. Fuera , en la terraza, con la caída del sol, pedimos 2 cervezas y, con mi hermana compartí ese rato de paz. Los perros de la casa, hicieron que los pequeños disfrutaran tanto o más que los mayores. Cuanto tiempo hacía...
Esa noche, Fernando nos acompañaba y entre los tres dimos cuenta del arroz con bogavante. Pudimos con todo el puchero, porque en puchero se sirve, y si alguien espera una puesta en escena tipo mediterráneo, va jodido.. Esta presentación será algún día un clásico, pero por ahora es sólo "enxebre".
Después de una entretenida sobremesa, nos fuimos a la cama. Los niños se negaban a llegar al hotel sorprendidos por el oscuro paisaje y maravillados por el cielo estrellado.
Dormí profundamente. Como todos.
El amanecer me invitó disfrutar de un café en vacía terraza del bar de Ana, mientras el sol, perezoso, levantaba nieblas y temores.Y así, como tanto tiempo atrás solía hacer, recordaba lo feliz que fui.
La arena húmeda de la mañana se empeñaba en hacerme reir al pisarla. Como antaño. Los niños encontraron una vasta charca de marea que los entretuvo tanto como deseé. No tenía carcasa para la Lumix, pero las pozas eran una buena oportunidad para ponerla a prueba.
El día fue pasando. Sin tener que cumplir horarios, decidimos acercarnos a Finisterre, donde Fer había dispuesto una lancha para acercarnos a la isla Lobeira a bañarnos y comer. Buceamos en las limpias aguas de la ensenada y hasta la pequeña del grupo quiso probar las gafas de buceo. Mi niña. Mi amor.
Fue un buen día. Un gran día.
Un día para recordar durante mucho tiempo.
(continuará)
1 comentario:
Qué bueno robarle al día a día momentos así. Y que sean muchísimos más ;)
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