lunes, 24 de noviembre de 2008

historias...sin buceo.

Noté el mal tiempo horas antes de que sucediera. Eso y la obligada visita a la página de windgurú. Había llegado a Fisterra por la tarde. Después de currar y hasta bien entrada la noche, no me percaté del ruido de fondo que generaba la tormenta. No era el verano que esperaba. Ni yo, ni nadie. Me consolé pensando que el invierno sería, al menos, como el anterior, y se me antojaba altamente improbable que del cielo pudiera bajar más agua.

Sabiendo con seguridad que por la mañana el buceo sería imposible, llamé a Pepe y a su hijo para cenar. A la salida del trabajo el Sur soplaba con fuerza empujando violentas gotas a mi cara. Entré en el coche. Elena, con los ojos abiertos más allá del límite, mostraba severa preocupación. No sin esfuerzo cerré la puerta.

Los escasos diez kilómetros hasta playa Langosteira me parecieron más largos aquella noche. La fuerza del temporal ahogaba en susurros la música del dial. Apagué la radio y escuché el run run atronador del agua y el batir del limpia parabrisas. Las luces reflejaban la húmeda cortina tras la cual ni los faros podían adivinar que escondía la oscuridad. Aparqué cerca de las escaleras de subida al bar. Arriba, en el primer sorbo de vino, estaban esperándonos. Fuimos puntuales. Aún así siempre hay quien lo es más. Nos habíamos encontrado en la boda de su sobrino Antonio y planeamos sin fecha una cena. Pepe siempre cuenta cosas, siempre interesantes. Siempre le escucho con gusto. Siempre. Apuraba la segunda cerveza y probaba con verdadero desinterés las zamburiñas que nos ofrecía el dueño. El ambiente recogía el olor de las algas y la arena, del mar y el laurel, que en esos momentos emanaban de la cocina, donde se cocía nuestro inmediato futuro entre fogones y perolas.

Decidimos tomar la siguiente sentados a la mesa. Escogimos la más apartada del centro, la que recibe todo el peso del temporal y que, en ligera penumbra, divisa lo de fuera y lo de dentro.

Pepe tiene 56 años mal contados. Pensionado desde hace al menos 9, es viudo desde hace 7 años.
No recuerdo porqué, aunque creo que fue mi curiosidad la que le obligó a recordar a sus amigos Casais y Paiño . Pepe trabajó duro cuando le tocó. Y le tocaba por aquel entonces en todas y cada una de las campañas a las que la vida y la marea le obligó a acudir. Terranova. Africa. De la primera no se quiere ni acordar, sólo desear que nadie se vea obligado a ganarse el pan en lugares donde el sudor de la frente se hiela antes de brotar. Cuando recuerda Africa su cara recupera el color. Allí se iba a la merluza. Su barco tenía grandes bodegas para almacenar el pescado y la correspondiente sala de preparación. Los turnos se establecían con límites estrictos de tiempo. En la sala de preparacion el frío era tal que, permanecer allí más de treinta minutos, significaba una muerte cierta. A Pepe, Casáis y a Paiño le reservaban el último turno de aquel día.
Los grandes peces entraban por un orificio de medio por medio metro y, canalizados por una guía, llegaban a una mesa en la que se recogían y se ordenaban para que el siguiente en la cadena cortara colas y después cabeza hasta que, una vez vacío, el último los apilara en la cámara. Se sudaba de lo lindo. La ropa térmica era tan incómoda como necesaria. Así pasaron el cuarto de hora que como máximo podían estar. Se cerró el tambucho de entrada de pescado y se dirigieron a la pequeña puerta de salida. La puerta se hacía rogar y como en otras ocasiones el responsable era el frío. No temían por su seguridad ya que el contramaestre se encargaba de vigilar el cambio de turno. Pasados un par de minutos comenzaron a imaginar lo que sólo entre bromas habían dicho. Gritaron cada vez más fuerte. Nada. La cámara estaba bien aislada. Golpearon techo y paredes sin respuesta. Paiño y Pepe decidieron moverse imaginando que alguien se daría cuenta de su ausencia. A los diez minutos, Casais había dejado de hablar y no respondió cuando le gritaron. Pepe pensó que iban a morir. Dejaron de sentir dolor. El frío que golpeaba sus cuerpos paso a ser una cálida sensación de sueño. Dejó de importarles si la puerta se abría o no. Se abrió. Salieron conscientes de allí. Excepto Casais. Los llevaron a la cocina y les dieron unos vasitos de caña para que entraran en calor. Las friegas de vinagre que les aplicaron hicieron el resto. Con el otro era diferente. El contramaestre no paraba de golpear su cara. Una y otra vez el aire explotaba atrapado entre la cara del hombre de hielo y pala que, el contramaestre, tenía por mano.

-e tiñas que ve-las-, dijo riendo.
Recobrando la compostura, Pepe, recordaba.
-Pensabámos que xa non despertaba. Para nos xa estaba morto cando, abríu un ollo e dixo mirando ó contramaestre: "mellor buscar porto seguro porque os pantocazos vanme desfaze-la cara"

Casais se recuperó con la ayuda de la caña, que tantas vidas ha salvado.
Afuera, el temporal arreciaba y la noche se cerraba aún más.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No sé si eres el Nel Quinteiro que yo conocí. ¿Eres de Pontevedra? Si eres tú alucino

Beatriz

nel dijo...

ya me contaras de tu vida....

nelquinteiro@yahoo.es