La tarde anterior había sido larga, muy larga. El dolor de cabeza de aquella jornada no me había abandonado. Como paciente pensé en automedicarme y como físico, desconfiaba de los remedios que no fueran los que la cirugía. De cualquier manera, era soportable y no me impidió conciliar el sueño. Últimamente había tomado por costumbre, levantarme para ver amanecer, inmortalizarlo y disfrutarlo con un café. Aquella mañana no iba a ser diferente, y constituía el momento más esperado del día aunque para ello no se hiciera "esperar".
Aquella mañana usé el 18-55 modo M. Sin pensarlo demasiado, disparé hacia el levante. Dos veces. Miré al Oeste y volví a disparar. Estaba cansado, hacía frío y al dejar la bolsa en el coche pensé en quedarme al abrigo y disfrutar aquella mañana desde allí, sin sentir el frío, sin el dichoso viento,... Salí del coche y respiré hondo. Pensé en los que querían y no podían estar allí. Pensé en que algún día sería yo uno de ellos. Que echaría de menos el vapor que exhalaba aquella mañana mi boca y los estragos del frío en mis oídos. El cielo y el mar. Siempre el mar. Donde había aprendido a ahogar los sueños que no podía realizar y donde había empezado a sentir la importancia de la soledad y el valor de la compañia. Donde ahogaba las mentiras.
Respiré hondo y sujeté el vaso de papel encerado que humeaba café a través del opérculo central. Abajo, a unos metros de la costa, dos embarcaciones parecían intercambiar.... Miré al este para disfrutar, una vez más, de otro amanecer.
Respiré hondo y sujeté el vaso de papel encerado que humeaba café a través del opérculo central. Abajo, a unos metros de la costa, dos embarcaciones parecían intercambiar.... Miré al este para disfrutar, una vez más, de otro amanecer.
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