"Ese maldito cabrón"- pensé.
Tronaba el móvil a las dos de la mañana. Un resorte involuntario, accionado por la "suave" violencia del cabreo, apagò la luz que vibraba en la mesilla.
-Doc, tengo algo para tí. Baja en cuanto puedas.
-Qué es?
-Te lo cuento cuando bajes.
Intenté despejarme sentado en la cama, aunqué fue el agua fría quién lo logró.
En el box de yesos, me esperaba una camilla con inquilina y un hombre al final de su mano izquierda.
Saludé de forma automática, mientras miraba los pies de la paciente intentando averiguar si se había roto la cadera o era otra cosa. Las radiografías confirmaban la sospecha.
-Se
ha roto la cadera-le dije.
-Se
podrá reparar?
-Claro
que si, pero ha de quedarse en el hospital unos días.
-No podemos irnos, verdad?
Era una pregunta con trampa, y con trampa le respondí. Pero, terco, intentó obtener una respuesta a la pregunta que no se debe hacer nunca, porque nunca se responde con sinceridad.
-Si fuera su madre, que haría?
Y no vacilé, porque ya habíamos pasado cuarenta minutos hablando de Palencia, de Soria, del pueblo de mi abuelo y de sus antepasados, de la meseta castellana, de campos y sus bosques, del cañón del río Lobos, de la laguna Negra, Numancia, Tiermes, Vinuesa, Aranda, San Esteban de Gormaz, el Burgo de Osma...
-Me quedaría y la operaría. Está en buenas manos en este Hospital.
Sabía que no debía haberlo dicho, pero la parte más humana y menos científica dominó los músculos fonadores horrorizándome por no haberlo esquivado. Basilio me miró y sonrió. Era una sonrisa grande, franca, que mostraba una alegría preocupada.
-No podemos irnos, verdad?
Era una pregunta con trampa, y con trampa le respondí. Pero, terco, intentó obtener una respuesta a la pregunta que no se debe hacer nunca, porque nunca se responde con sinceridad.
-Si fuera su madre, que haría?
Y no vacilé, porque ya habíamos pasado cuarenta minutos hablando de Palencia, de Soria, del pueblo de mi abuelo y de sus antepasados, de la meseta castellana, de campos y sus bosques, del cañón del río Lobos, de la laguna Negra, Numancia, Tiermes, Vinuesa, Aranda, San Esteban de Gormaz, el Burgo de Osma...
-Me quedaría y la operaría. Está en buenas manos en este Hospital.
Sabía que no debía haberlo dicho, pero la parte más humana y menos científica dominó los músculos fonadores horrorizándome por no haberlo esquivado. Basilio me miró y sonrió. Era una sonrisa grande, franca, que mostraba una alegría preocupada.
Él
y Gregoria habían llegado a Galicia pocos días antes en un viaje
organizado por el Inserso, desde Palencia.
La
mala suerte pudo con ellos y a las 48 horas de su llegada, un resbalón de
balneario, los trajo al Hospital.
Basilio
había trabajado en el campo. Muchos años. Profundos surcos araban
su piel. Los hizo el tiempo: el bueno y el malo y las cosechas, los
hijos, los amigos que se fueron y algunos que quedaron. El haber
vivido tanto no le hizo tanto daño como a otros. Con ella era feliz.
-
Basilio, estos dias habrá que hablar con la compañía de seguros
para arreglar el tema de su estancia aquí. No va a quedarse todos
estos dias en el sillón del hospital, no?.
-
A donde quiere que vaya, doctor? Ella es todo lo que quiero.
No
dije nada. Me desarmó. Me centré en los papeles y sonreí.
Este verano, los fuí a ver.
Mis hijos disfrutaron de su compañia, de su sencillez. Les enseñaron generosidad, nobleza, agradecimiento y que hay gente hermosa fuera de la familia. Que hay mucha gente buena por conocer.
Este verano, los fuí a ver.
Con cariño, mucho cariño.
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