Hacía tiempo que no visitaba la ciudad de Las Burgas. No la recordaba así. Fresca. Quedé encantado con el ritmo de la ciudad esa mañana de septiembre. Día limpio y con olor de otoño. No estaba allí por casualidad. La empresa me había enviado como perito para un juicio, al que llegué tarde. Eso poco importa ahora. Estaba contento de haber vuelto a pasear por Ourense 20 años después. Tomé café dominando el Miño y el norte de la ciudad que al otro lado asomaba . Le tomaba el pulso al pueblo. Después de un par de horas, la visita acabó y tras comprar unos pantalones en la rebajas (Sprinfield, 2 por 50 leuros, y una cazadora por menos de 60, ) y tres libros de novela histórica por 12 machacantes, dejé la ciudad rumbo a Santiago. El paseo por la nacional 525 valió la pena. Compré pan de Cea y paré en 2 ocasiones sólo a tomar una caña. ¡bares, que lugares!. Lo tengo que repetir!!
Pasado Santiago y por la vía rápida dirección Muros se divisaban columnas de humo que confluían en una gran nube triste. Pronto ocultó el paisaje verde que recordaba de pocos días atrás. Hacia la costa se mantenía una visibilidad normal, por lo que paré en la playa de San Francisco, a los pies de Monte Louro para tomar una cerveza y disfrutar del sol. Calculé el tiempo que me quedaba hasta Cee y subí al coche.
Llegando a Carnota todo cambió. Las columnas humeantes estaban ahí, se podían tocar. A la entrada a Caldebarcos un nudo me ahogaba. Casi costaba respirar. Negro. Nada blanco. Fundido a negro. Muñones vegetales, estacas de pino, eucalipto, penachos de xestas sobre negro. No podía dejar de mirar. El fuego saltó la carretera y llego al mar. A uno y a otro lado de la carretera todo era negro. Las casas, por fortuna, habían sido respetadas, para no aumentar más el daño y la pena.
El Pindo. Allí había fuego, si bien estaba en el límite del pueblo y dos helicópteros sobrevolaban unas furnas a medio camino a las cumbres, intentando calmar las llamas. Paré más adelante, en “A Revolta” para tomar una cerveza y una tapa, pero Isabel se ocupó de que me fuera “comido”. Me informó de lo sucedido por la noche, en la que todo el pueblo estuvo despierto, esperando una catástrofe que no llegó. Isabel sabe hacer que las cosas que cuenta, aun tristes, tengan finales felices.
Pasado Santiago y por la vía rápida dirección Muros se divisaban columnas de humo que confluían en una gran nube triste. Pronto ocultó el paisaje verde que recordaba de pocos días atrás. Hacia la costa se mantenía una visibilidad normal, por lo que paré en la playa de San Francisco, a los pies de Monte Louro para tomar una cerveza y disfrutar del sol. Calculé el tiempo que me quedaba hasta Cee y subí al coche.
Llegando a Carnota todo cambió. Las columnas humeantes estaban ahí, se podían tocar. A la entrada a Caldebarcos un nudo me ahogaba. Casi costaba respirar. Negro. Nada blanco. Fundido a negro. Muñones vegetales, estacas de pino, eucalipto, penachos de xestas sobre negro. No podía dejar de mirar. El fuego saltó la carretera y llego al mar. A uno y a otro lado de la carretera todo era negro. Las casas, por fortuna, habían sido respetadas, para no aumentar más el daño y la pena.
El Pindo. Allí había fuego, si bien estaba en el límite del pueblo y dos helicópteros sobrevolaban unas furnas a medio camino a las cumbres, intentando calmar las llamas. Paré más adelante, en “A Revolta” para tomar una cerveza y una tapa, pero Isabel se ocupó de que me fuera “comido”. Me informó de lo sucedido por la noche, en la que todo el pueblo estuvo despierto, esperando una catástrofe que no llegó. Isabel sabe hacer que las cosas que cuenta, aun tristes, tengan finales felices.
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