martes, 23 de septiembre de 2014

Lobeira Grande.

Llegamos a Finisterre al mediodía. El Nordes aseguró el buen tiempo. A cambio, el mar se mostraba nervioso mostrando espumarajos aquí y allá. 
Aparqué en el nuevo peirado. La excitación era tal en los tres pequeños, que ninguno oyó cuando le trasmití los planes de embarque. Miraban y apostaban entre ellos cual era la nave que los transportaría a la isla del "Capitán Campeche". Todos conocían la historia por boca de Alberto, quién de mí,  había oído, sin perder detalle, una vez tras otra su historia. Ahora la contaba al resto de los grumetes que esa tarde firmarían su rol en el barco pirata.
A duras penas conseguí que trasportaran las bolsas de comida y los aperos de playa hasta el pantalán. Esperaron, impacientemente a que llegara José, y en cuanto pudieron, sin esperar órdenes de embarque, subieron a bordo. Todos excepto mi pequeña, que extendía los brazos hacia mí. Con cuidado la senté con su espalda protegida por el puente. Oí "papá" y "tío Nel" tantas veces como peces hay en el mar. No podían esperar más. Sufrían alegremente. 
Salimos de puerto sorteando lanchas, barcos y auxiliares, amén de los cabos sueltos que flotaban buscando hélices que atrapar. Las caras de los grumetes reflejaban sorpresa, nervios, miedo?.Cualquier cosa. La cara de Adriana definía perfectamente la felicidad. "a toda máquina" decía mientras su tía Carmen se afanaba por tenerla sujeta a su lado, cosa del todo imposible. No sé de que hablaban los dos mayores que, apostados cerca de la proa,  cruzaban apuestas o "mira, mira" con cada ola. 
Al llegar y mientras fondeaba dentro de la ensenada, a los pies del faro de la isla Lobeira Grande, les conté la historia del último farero. Triste y real. Faro de principio del siglo XX, estuvo habitado por el farero y su familia hasta que un fuerte temporal imposibilitó la asistencia médica del farero que falleció por una apendicitis, aunque llegado este punto, haya que decir que una apendicitis en aquella época tenía una tasa de mortalidad parecida al Ébola. Después de su muerte el faro se automatizó. Eso es lo que cuenta la historia oral.
El paraje les pareció de otro mundo, y como en otro mundo se comportaron, interesándose y preguntándolo todo. Yo por mi parte, les di todas las explicaciones reales o no tanto, sabiendo que cualquier cosa estimulaba poderosamente su imaginación.
En la isla se bañaron, bucearon, comieron y fueron felices. Un día más.


Fue su día. y para algunos nuestro mejor día este verano.

Gracias, Carmen, de corazón

No hay comentarios: